Manjar Sabático
12-06-2021
Mateo 22
1 Y respondiendo Jesús, les volvió a hablar en parábolas, diciendo:
2 El reino de los cielos es semejante a un rey que hizo bodas a su hijo,
3 y envió a sus siervos para que llamasen a los convidados a las bodas; mas no quisieron venir.
4 Volvió a enviar otros siervos, diciendo: Decid a los convidados: He aquí, mi comida he preparado, mis toros y animales engordados han sido muertos, y todo [está] preparado; venid a las bodas.
5 Pero ellos, lo tuvieron en poco, y se fueron, uno a su labranza, y otro a sus negocios;
6 y los otros, tomando a sus siervos, los afrentaron y los mataron.
7 Y oyéndolo el rey, se indignó; y enviando sus ejércitos, destruyó a aquellos homicidas, y puso a fuego su ciudad.
8 Entonces dijo a sus siervos: Las bodas a la verdad están preparadas; pero los que fueron convidados no eran dignos.
9 Id, pues, a las salidas de los caminos, y llamad a las bodas a cuantos halléis.
10 Y saliendo los siervos por los caminos, juntaron a todos los que hallaron, juntamente malos y buenos; y las bodas fueron llenas de convidados.
11 Y cuando el rey vino para ver a los convidados, vio allí a un hombre que no estaba vestido de boda,
12 y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste acá sin estar vestido de boda? Mas él enmudeció.
13 Entonces el rey dijo a los que servían: Atadle de pies y manos, llevadle y echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes.
14 Porque muchos son llamados, pero pocos [son] escogidos.
15 Entonces los fariseos fueron y consultaron de cómo le prenderían en [alguna] palabra.
16 Y le enviaron los discípulos de ellos, con los herodianos, diciendo: Maestro, sabemos que eres veraz, y que enseñas con verdad el camino de Dios, y que no te cuidas de nadie, porque no miras la apariencia de los hombres.
17 Dinos, pues, qué te parece: ¿Es lícito dar tributo a César, o no?
18 Pero Jesús, conociendo la malicia de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis, hipócritas?
19 Mostradme la moneda del tributo. Y ellos le presentaron un denario.
20 Entonces les dijo: ¿De quién [es] esta imagen, y la inscripción?
21 Le dijeron: De César. Entonces Él les dijo: Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios.
22 Y oyendo esto, se maravillaron, y dejándole, se fueron.
23 Aquel día, vinieron a Él los saduceos, que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron,
24 diciendo: Maestro, Moisés dijo: Si alguno muriere sin hijos, su hermano se casará con su esposa, y levantará descendencia a su hermano.
25 Hubo, pues, entre nosotros siete hermanos; y el primero se casó, y murió; y no teniendo descendencia, dejó su esposa a su hermano;
26 así también el segundo, y el tercero, hasta el séptimo.
27 Y después de todos murió también la mujer.
28 En la resurrección, pues, ¿de cuál de los siete será esposa, pues todos la tuvieron?
29 Entonces respondiendo Jesús, les dijo: Erráis, no conociendo las Escrituras, ni el poder de Dios.
30 Porque en la resurrección ni se casan, ni se dan en casamiento, sino que son como los ángeles de Dios en el cielo.
31 Pero en cuanto a la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído lo que os fue dicho por Dios, cuando dijo:
32 Yo soy el Dios de Abraham, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos.
33 Y oyéndolo la multitud, se maravillaban de su doctrina.
34 Y cuando los fariseos oyeron que había hecho callar a los saduceos, se juntaron a una.
35 Entonces uno de ellos, [que era] intérprete de la ley, preguntó por tentarle, diciendo:
36 Maestro, ¿cuál [es] el gran mandamiento en la ley?
37 Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.
38 Éste es el primero y grande mandamiento.
39 Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
40 De estos dos mandamientos pende toda la ley y los profetas.
41 Y juntándose los fariseos, Jesús les preguntó,
42 diciendo: ¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo? Le dijeron: De David.
43 Él les dijo: ¿Cómo entonces David en el Espíritu le llama Señor, diciendo:
44 Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.
45 Pues si David le llama Señor, ¿cómo es su hijo?
46 Y nadie le podía responder palabra; ni osó alguno desde aquel día preguntarle más.
Hechos de los Apóstoles, capítulo 4: ''Pentecostés''
Este capítulo está basado en Hechos 2:1-39.
Cuando los discípulos volvieron del Olivar a Jerusalén, la gente los miraba, esperando ver en sus rostros expresiones de tristeza, confusión y chasco; pero vieron alegría y triunfo. Los discípulos no lloraban ahora esperanzas frustradas. Habían visto al Salvador resucitado, y las palabras de su promesa de despedida repercutían constantemente en sus oídos.
En obediencia a la orden de Cristo, aguardaron en Jerusalén la promesa del Padre, el derramamiento del Espíritu. No aguardaron ociosos. El relato dice que estaban “de continuo en el templo, alabando y bendiciendo a Dios.” También se reunieron para presentar sus pedidos al Padre en el nombre de Jesús. Sabían que tenían un Representante en el cielo, un Abogado ante el trono de Dios. Con solemne temor reverente se postraron en oración, repitiendo las palabras impregnadas de seguridad: “Todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre: pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido.” Juan 16:23, 24. Extendían más y más la mano de la fe, con el poderoso argumento: “Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, quien además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.” Romanos 8:34.
Mientras los discípulos esperaban el cumplimiento de la promesa, humillaron sus corazones con verdadero arrepentimiento, y confesaron su incredulidad. Al recordar las palabras que Cristo les había hablado antes de su muerte, entendieron más plenamente su significado. Fueron traídas de nuevo a su memoria verdades que habían olvidado, y las repetían unos a otros. Se reprocharon a sí mismos el haber comprendido tan mal al Salvador. Como en procesión, pasó delante de ellos una escena tras otra de su maravillosa vida. Cuando meditaban en su vida pura y santa, sentían que no habría trabajo demasiado duro, ni sacrificio demasiado grande, si tan sólo pudiesen ellos atestiguar con su vida la belleza del carácter de Cristo. ¡Oh, si tan sólo pudieran vivir de nuevo los tres años pasados, pensaban ellos, de cuán diferente modo procederían! Si sólo pudieran ver al Señor de nuevo, cuán fervorosamente tratarían de mostrar la profundidad de su amor y la sinceridad de la tristeza que sentían por haberle apenado con palabras o actos de incredulidad. Pero se consolaron con el pensamiento de que estaban perdonados. Y resolvieron que, hasta donde fuese posible, expiarían su incredulidad confesándolo valientemente delante del mundo.
Los discípulos oraron con intenso fervor pidiendo capacidad para encontrarse con los hombres, y en su trato diario hablar palabras que pudieran guiar a los pecadores a Cristo. Poniendo aparte toda diferencia, todo deseo de supremacía, se unieron en estrecho compañerismo cristiano. Se acercaron más y más a Dios, y al hacer esto, comprendieron cuán grande privilegio habían tenido al poder asociarse tan estrechamente con Cristo. La tristeza llenó sus corazones al pensar en cuántas veces le habían apenado por su tardo entendimiento y su incomprensión de las lecciones que, para el bien de ellos, estaba procurando enseñarles.
Estos días de preparación fueron días de profundo escudriñamiento del corazón. Los discípulos sentían su necesidad espiritual, y clamaban al Señor por la santa unción que los había de hacer idóneos para la obra de salvar almas. No pedían una bendición simplemente para sí. Estaban abrumados por la preocupación de salvar almas. Comprendían que el Evangelio había de proclamarse al mundo, y demandaban el poder que Cristo había prometido.
Durante la era patriarcal, la influencia del Espíritu Santo se había revelado a menudo en forma señalada, pero nunca en su plenitud. Ahora, en obediencia a la palabra del Salvador, los discípulos ofrecieron sus súplicas por este don, y en el cielo Cristo añadió su intercesión. Reclamó el don del Espíritu, para poderlo derramar sobre su pueblo.
“Y como se cumplieron los días de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos; y de repente vino un estruendo del cielo como de un viento recio que corría, el cual hinchió toda la casa donde estaban sentados.”
Sobre los discípulos que esperaban y oraban vino el Espíritu con una plenitud que alcanzó a todo corazón. El Ser Infinito se reveló con poder a su iglesia. Era como si durante siglos esta influencia hubiera estado restringida, y ahora el Cielo se regocijara en poder derramar sobre la iglesia las riquezas de la gracia del Espíritu. Y bajo la influencia del Espíritu, las palabras de arrepentimiento y confesión se mezclaban con cantos de alabanza por el perdón de los pecados. Se oían palabras de agradecimiento y de profecía. Todo el Cielo se inclinó para contemplar y adorar la sabiduría del incomparable e incomprensible amor. Extasiados de asombro, los apóstoles exclamaron: “En esto consiste el amor.” Se asieron del don impartido. ¿Y qué siguió? La espada del Espíritu, recién afilada con el poder y bañada en los rayos del cielo, se abrió paso a través de la incredulidad. Miles se convirtieron en un día.
“Es necesario que yo vaya—había dicho Cristo a sus discípulos;—porque si yo no fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si yo fuere, os le enviaré.” “Pero cuando viniere aquel Espíritu de verdad, él os guiará a toda verdad; porque no hablará de sí mismo, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que han de venir.” Juan 16:7, 13.
La ascensión de Cristo al cielo fué la señal de que sus seguidores iban a recibir la bendición prometida. Habían de esperarla antes de empezar a hacer su obra. Cuando Cristo entró por los portales celestiales, fué entronizado en medio de la adoración de los ángeles. Tan pronto como esta ceremonia hubo terminado, el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos en abundantes raudales, y Cristo fué de veras glorificado con la misma gloria que había tenido con el Padre, desde toda la eternidad. El derramamiento pentecostal era la comunicación del Cielo de que el Redentor había iniciado su ministerio celestial. De acuerdo con su promesa, había enviado el Espíritu Santo del cielo a sus seguidores como prueba de que, como sacerdote y rey, había recibido toda autoridad en el cielo y en la tierra, y era el Ungido sobre su pueblo.
“Y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, que se asentó sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, como el Espíritu les daba que hablasen.” El Espíritu Santo, asumiendo la forma de lenguas de fuego, descansó sobre los que estaban congregados. Esto era un emblema del don entonces concedido a los discípulos, que los habilitaba para hablar con facilidad idiomas antes desconocidos para ellos. La apariencia de fuego significaba el celo ferviente con que los apóstoles iban a trabajar, y el poder que iba a acompañar su obra.
“Moraban entonces en Jerusalem Judíos, varones religiosos, de todas las naciones debajo del cielo.” Durante la dispersión, los judíos habían sido esparcidos a casi todos los lugares del mundo habitado, y en su destierro habían aprendido a hablar varios idiomas. Muchos de estos judíos estaban en esta ocasión en Jerusalén, asistiendo a las festividades religiosas que se celebraban. Toda lengua conocida estaba representada por la multitud reunida. Esta diversidad de idiomas hubiera representado un gran obstáculo para la proclamación del Evangelio; por lo tanto Dios suplió de una manera milagrosa la deficiencia de los apóstoles. El Espíritu Santo hizo por ellos lo que los discípulos no hubieran podido llevar a cabo en todo el curso de su vida. Ellos podían ahora proclamar las verdades del Evangelio extensamente, pues hablaban con corrección los idiomas de aquellos por quienes trabajaban. Este don milagroso era una evidencia poderosa para el mundo de que la comisión de ellos llevaba el sello del cielo. Desde entonces en adelante, el habla de los discípulos fué pura, sencilla y correcta, ya hablaran en su idioma nativo o en idioma extranjero.
“Y hecho este estruendo, juntóse la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar su propia lengua. Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: He aquí ¿no son Galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en que somos nacidos?” Los sacerdotes y gobernantes se enfurecieron grandemente al ver esta manifestación maravillosa, pero no se atrevían a ceder a su malicia, por temor a exponerse a la violencia del pueblo. Habían dado muerte al Nazareno; pero allí estaban sus siervos, hombres indoctos de Galilea, contando en todos los idiomas entonces hablados, la historia de su vida y ministerio. Los sacerdotes, resueltos a explicar de alguna manera natural el poder milagroso de los discípulos, declararon que estaban borrachos, por haber bebido demasiado vino nuevo preparado para la fiesta. Algunos de los más ignorantes del pueblo presente aceptaron como cierta esta sugestión, pero los más inteligentes sabían que era falsa; los que entendían las diferentes lenguas daban testimonio de la corrección con que estas lenguas eran usadas por los discípulos.
En respuesta a la acusación de los sacerdotes, Pedro expuso que esta demostración era el cumplimiento directo de la profecía de Joel, en la cual predijo que tal poder vendría sobre los hombres a fin de capacitarlos para una obra especial. “Varones Judíos, y todos los que habitáis en Jerusalem—dijo él,—esto os sea notorio, y oíd mis palabras. Porque éstos no están borrachos, como vosotros pensáis, siendo la hora tercia del día; mas esto es lo que fué dicho por el profeta Joel: Y será en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; y vuestros mancebos verán visiones, y vuestros viejos soñarán sueños: y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré mi Espíritu, y profetizarán.”
Con claridad y poder Pedro dió testimonio de la muerte y resurrección de Cristo: “Varones Israelitas, oíd estas palabras: Jesús Nazareno, varón aprobado de Dios entre vosotros en maravillas y prodigios y señales, que Dios hizo por él en medio de vosotros, como también vosotros sabéis; a éste … prendisteis y matasteis por manos de los inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible ser detenido por ella.”
Pedro no se refirió a las enseñanzas de Cristo para probar su aserto, porque sabía que el prejuicio de sus oyentes era tan grande que sus palabras a ese respecto no surtirían efecto. En lugar de ello, les habló de David, a quien consideraban los judíos como uno de los patriarcas de su nación. “David dice de él—declaró:—Veía al Señor siempre delante de mí: porque está a mi diestra, no seré conmovido. Por lo cual mi corazón se alegró, y gozóse mi lengua; y aun mi carne descansará en esperanza; que no dejarás mi alma en el infierno, ni darás a tu Santo que vea corrupción….
“Varones hermanos, se os puede libremente decir del patriarca David, que murió, y fué sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy.” “Habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fué dejada en el infierno, ni su carne vió corrupción. A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.”
La escena está llena de interés. El pueblo acude de todas direcciones para oír a los discípulos testificar de la verdad como es en Jesús. Se agolpa, llena el templo. Los sacerdotes y gobernantes están allí, con el obscuro ceño de la malignidad todavía en el rostro, con el corazón aún lleno de odio contra Cristo, con las manos manchadas por la sangre derramada cuando crucificaron al Redentor del mundo. Ellos habían pensado encontrar a los apóstoles acobardados de temor bajo la fuerte mano de la opresión y el asesinato, pero los hallaron por encima de todo temor, llenos del Espíritu, proclamando con poder la divinidad de Jesús de Nazaret. Los oyeron declarar con intrepidez que Aquel que había sido recientemente humillado, escarnecido, herido por manos crueles, y crucificado, era el Príncipe de la vida, exaltado ahora a la diestra de Dios.
Algunos de los que escuchaban a los apóstoles habían tomado parte activa en la condenación y muerte de Cristo. Sus voces se habían mezclado con las del populacho en demanda de su crucifixión. Cuando Jesús y Barrabás fueron colocados delante de ellos en la sala del juicio, y Pilato preguntó: “¿Cuál queréis que os suelte?” ellos habían gritado: “No a éste, sino a Barrabás.” Mateo 27:17; Juan 18:40. Cuando Pilato les entregó a Cristo, diciendo: “Tomadle vosotros, y crucificadle; porque yo no hallo en él crimen;” “inocente soy de la sangre de este justo,” ellos habían gritado: “Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos.” Juan 19:6; Mateo 27:24, 25.
Ahora oían a los discípulos declarar que era el Hijo de Dios el que había sido crucificado. Los sacerdotes y gobernantes temblaban. La convicción y la angustia se apoderaron del pueblo. “Entonces oído esto, fueron compungidos de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” Entre los que escucharon a los discípulos, había judíos devotos, que eran sinceros en su creencia. El poder que acompañaba a las palabras del orador los convenció de que Jesús era en verdad el Mesías.
“Y Pedro les dice: Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.”
Pedro insistió ante el convicto pueblo en el hecho de que habían rechazado a Cristo porque habían sido engañados por los sacerdotes y gobernantes; y en que si continuaban dependiendo del consejo de esos hombres y esperando que reconocieran a Cristo antes de reconocerlo ellos mismos, jamás le aceptarían. Esos hombres poderosos, aunque hacían profesión de piedad, ambicionaban las glorias y riquezas terrenales. No estaban dispuestos a acudir a Cristo para recibir luz.
Bajo la influencia de esta iluminación celestial, las escrituras que Cristo había explicado a los discípulos resaltaron delante de ellos con el brillo de la verdad perfecta. El velo que les había impedido ver hasta el extremo de lo que había sido abolido, fué quitado ahora, y comprendieron con perfecta claridad el objeto de la misión de Cristo y la naturaleza de su reino. Podían hablar con poder del Salvador; y mientras exponían a sus oyentes el plan de la salvación, muchos quedaron convictos y convencidos. Las tradiciones y supersticiones inculcadas por los sacerdotes fueron barridas de sus mentes, y las enseñanzas del Salvador fueron aceptadas.
“Así que, los que recibieron su palabra, fueron bautizados; y fueron añadidas a ellos aquel día como tres mil personas.”
Los dirigentes judíos habían supuesto que la obra de Cristo terminaría con su muerte; pero en vez de eso fueron testigos de las maravillosas escenas del día de Pentecostés. Oyeron a los discípulos predicar a Cristo, dotados de un poder y energía hasta entonces desconocidos, y sus palabras confirmadas con señales y prodigios. En Jerusalén, la fortaleza del judaísmo, miles declararon abiertamente su fe en Jesús de Nazaret como el Mesías.
Los discípulos se asombraban y se regocijaban en gran manera por la amplitud de la cosecha de almas. No consideraban esta maravillosa mies como el resultado de sus propios esfuerzos; comprendían que estaban entrando en las labores de otros hombres. Desde la caída de Adán, Cristo había estado confiando a sus siervos escogidos la semilla de su palabra, para que fuese sembrada en los corazones humanos. Durante su vida en la tierra, había sembrado la semilla de la verdad, y la había regado con su sangre. Las conversiones que se produjeron en el día de Pentecostés fueron el resultado de esa siembra, la cosecha de la obra de Cristo, que revelaba el poder de su enseñanza.
Los argumentos de los apóstoles por sí solos, aunque claros y convincentes, no habrían eliminado el prejuicio que había resistido tanta evidencia. Pero el Espíritu Santo hizo penetrar los argumentos en los corazones con poder divino. Las palabras de los apóstoles eran como saetas agudas del Todopoderoso que convencían a los hombres de su terrible culpa por haber rechazado y crucificado al Señor de gloria.
Bajo la instrucción de Cristo, los discípulos habían sido inducidos a sentir su necesidad del Espíritu. Bajo la enseñanza del Espíritu, recibieron la preparación final y salieron a emprender la obra de su vida. Ya no eran ignorantes y sin cultura. Ya no eran una colección de unidades independientes, ni elementos discordantes y antagónicos. Ya no estaban sus esperanzas cifradas en la grandeza mundanal. Eran “unánimes,” “de un corazón y un alma.” Hechos 2:46; 4:32. Cristo llenaba sus pensamientos; su objeto era el adelantamiento de su reino. En mente y carácter habían llegado a ser como su Maestro, y los hombres “conocían que habían estado con Jesús.” Hechos 4:13.
El día de Pentecostés les trajo la iluminación celestial. Las verdades que no podían entender mientras Cristo estaba con ellos quedaron aclaradas ahora. Con una fe y una seguridad que nunca habían conocido antes, aceptaron las enseñanzas de la Palabra Sagrada. Ya no era más para ellos un asunto de fe el hecho de que Cristo era el Hijo de Dios. Sabían que, aunque vestido de la humanidad, era en verdad el Mesías, y contaban su experiencia al mundo con una confianza que llevaba consigo la convicción de que Dios estaba con ellos.
Podían pronunciar el nombre de Jesús con seguridad; porque ¿no era él su Amigo y Hermano mayor? Puestos en comunión con Cristo, se sentaron con él en los lugares celestiales. ¡Con qué ardiente lenguaje revestían sus ideas al testificar por él! Sus corazones estaban sobrecargados con una benevolencia tan plena, tan profunda, de tanto alcance, que los impelía a ir hasta los confines de la tierra, para testificar del poder de Cristo. Estaban llenos de un intenso anhelo de llevar adelante la obra que él había comenzado. Comprendían la grandeza de su deuda para con el cielo, y la responsabilidad de su obra. Fortalecidos por la dotación del Espíritu Santo, salieron llenos de celo a extender los triunfos de la cruz. El Espíritu los animaba y hablaba por ellos. La paz de Cristo brillaba en sus rostros. Habían consagrado sus vidas a su servicio, y sus mismas facciones llevaban la evidencia de la entrega que habían hecho.
Testimonio: 21-12-2017
Amados, en diciembre 21 del 2017, en sueños, fui llevada a unos campos de siembra. Era una llanura amplia, y vi cómo, muchos, trabajaban la tierra con maquinarias enormes. Allí vi que muchas personas estaban tristes, pues sus campos ya no eran tan productivos como antes. Y vi cómo la escasez de alimentos llegaba y muchos sufrían por ella. {Daisy Escalante: 21-12-2017 , es.p1}
Entonces, en ese momento, fui llevada a un lugar donde había muchos apartamentos, fue otra escena. Y había edificios, estos edificios tenían tres pisos. Y estos edificios, por fuera, estos pisos, tenían balcones. Allí yo llegué, y, mientras yo llegaba hacia ellos, pude ver que, en los balcones, había personas. Y, al enfocarme bien [en] quiénes eran estas personas, pues, entonces vi que eran pastores adventistas. Todos ellos estaban bien vestidos, y empezaban a hablar entre ellos. Al verme, que yo llegué con otros hermanos, todos comenzaron a murmurar. Y unos de ellos bajaron hacia nosotros y nos preguntaron que qué hacíamos ahí. {Daisy Escalante: 21-12-2017 , es.p2}
Entonces, una hermana que estaba conmigo le contestó: “ésta, ésta es la razón”. Entonces, esta hermana tenía un papel, un escrito. Y uno de ellos le gritó, que no, que no lo leyera, que esperara porque aún la junta no se había reunido. Pero, con todo y eso, vi cómo aquellos pastores se airaron contra nosotros y nos gritaban que nos fuéramos. Así que salimos de allí y le dije a la hermana: “muéstreme el papel”. Entonces, ella me lo mostró y pude ver lo que allí estaba escrito. Lo que estaba allí escrito decía: “MENE, MENE, TEKEL, UPARSIN”. Entonces yo quedé muy sorprendida, muy perpleja, muy asustada, porque entendí lo que allí estaba dicho. Entonces exclamé: “¡Señor, ayúdalos!” Pero el Señor no se hizo esperar y me respondió: “ellos ya tuvieron su paga, por cuanto desecharon al Santo de Israel y enseñaron a creer en hombres antes que en Dios”. Entonces me retiré de aquel lugar, estaba llorando. Cada pastor de los que estaban allí, ¡yo lo conocía! Había hablado con ellos en tiempos pasados, habíamos discutido de la Palabra de Dios, ¡pero era bien triste porque ahora esto estaba sucediendo! {Daisy Escalante: 21-12-2017 , es.p3}
Ya yo sentía que su suerte estaba echada, ya se me había dictado así. Entonces, en el momento de la aflicción, de la angustia, del sufrimiento, bajo esta declaración, en esos momentos, desperté. Y se me citaron estas palabras: “hay camino que al hombre parece derecho, pero su fin es camino de muerte”. En ese momento quedé meditando [en] todas estas personas, estos pastores que, teniendo una fe tan linda, tan maravillosa, sabiendo el camino correcto, deciden, pues, retener este camino, en no exponerlo, o en no seguirlo, por amor a lo que sea que se interponga entre ellos. ¡Así que esto es muy triste, amados hermanos!, pero tengo que exponerlo porque así se me mostró para que lo expusiera. Quiera Dios que cada uno de nosotros no estemos siguiendo hombres sino que sigamos al Rey de reyes y Señor de señores. Que el Señor me los bendiga. {Daisy Escalante: 21-12-2017 , es.p4}
Testimonio: 22-07-2018
Amados, el 22 de julio 2018, en sueños yo fui llevada a un campo donde veía muchas personas que sembraban en una ladera. Allí vi niños, jóvenes, adultos. Ellos hablaban entre ellos, tranquilos, se veían seguros, sin temor. Entonces, de repente, mi acompañante me dijo: observa”. Entonces, miré y vi cómo, [a] éstas personas, su ropa externa se [les] desaparecía y sus cuerpos quedaban expuestos. Entonces los vi correr a ponerse sacos y telas parecidas como las telas de greenhouse. Se las ponían como vestimenta porque ellos estaban asustados y nerviosos porque se veían así, que estaban como desnudos. {Daisy Escalante: 22-07-2018, es.p1}
Entonces pregunté: “¿qué pasó?” y el porqué de esto. Entonces, mi acompañante me respondió: “Dios los ve como son y es importante hacer lo uno, pero también, lo otro”. Entonces, vi cómo aquellos no estaban preparados para la gran prueba final, su preparación espiritual era nula. La faena los había adormecido y no siguieron las instrucciones benditas del Señor y perdieron, con la mano en el arado, la pista. Dejaron a un lado la oración, el culto familiar, y se afanaron sólo en lo terrenal. No había melodías en sus bocas, sólo había murmuración y quejas pues la abnegación y el sometimiento a la voluntad de Dios quedó tras ellos. Su mente se estacionó en las perplejidades y, ¡dejaron de ver las bendiciones! {Daisy Escalante: 22-07-2018, es.p2}
Entonces me dijo mi acompañante: “el que va muriendo, así, espiritualmente, perderá el camino; más el que luche y se humille, vencerá”. Y, en ese momento, fui suspendida en los cielos y veía la tierra y en [el] recorrido por esta vi: grandes desastres, llamaradas intensas de fuego y humo que salían de la tierra, el mar estaba desquiciado y la tierra temblaba, como cuando el viento pega las hojas de un árbol. Todo iba creando destrucción a su paso. En eso, mi acompañante me dijo otra vez: “mira”. Y miré y vi cómo estos desastres, en aumento, traían mucha desgracia a la raza humana. Más estos, como Sodoma y Gomorra, continuaron su curso, su curso de perdición. Una calamidad tras otra me fue mostrada, también, en el mundo. Mas, entonces, llegaba, con esto, la prueba suprema para el pueblo de Dios. {Daisy Escalante: 22-07-2018, es.p3}
Entonces me dijo mi acompañante: “no se dan cuenta de su situación pues están dormidos y han sido entregados a espíritus de tormento. Dejaron que su lámpara se apagase y no hicieron provisión de aceite”. Entonces, en ese momento, vi cómo sombras de oscuridad caían sobre estas personas de esta condición. Y eran atormentados con: depresiones, ansiedades, insomnios, ataques de pánico. Estaban con estrés. Todo esto destruía su ser y, con todo, no buscaron al Dios eterno ni se humillaron delante de Él. Una mente reprobada estaba en ellos y el mal reinaba en donde una vez hubo gran luz. Vi niños, adolescentes, también vi jóvenes, adultos, ancianos, en tal condición. Y su vida la vivían como si no estuvieran bajo el escrutinio santo de Dios. Esto no los despertó, las calamidades del mundo. No los despertó, tampoco, su condición que los aquejaba. Sólo siguieron sus gustos, sus placeres, excusando, en todo, sus actuares y pensares. Y pensaron que, bajo esta condición de raciocinio, esto, pasaría la prueba de Dios y que su propia justicia sería aprobada por Dios. La humillación ante Dios y el sometimiento a Dios son requisitos y no son una opción, son el manejo sempiterno de su reino y el que no los obedezca aquí no llegará allí. {Daisy Escalante: 22-07-2018, es.p4}
Entonces, vi muchos en sufrimiento y dolor en extremo, ¡un dolor que no puedo describir! La magnitud de tal catástrofe, que estaba viendo en el planeta, [hizo que] este planeta de colores pasara a ser oscuro, como gris. Pues había una hora de terror que corría por doquier y ninguno de estos veía la necesidad imperativa, en su vida, de buscar a Dios. Estaban lejos de la ley de Dios y sus requerimientos. Avanzaron por el camino de sus deseos. Estaban en los placeres y, ¡no reconocieron al Deseado de todas las gentes! Entonces me dijo mi acompañante: “ya nada parará. Todo seguirá en aumento, su curso está continuo, y a esto [seguirá] la aparición del hombre de pecado. Se ensalzará y, por su boca y por su mano, muchos en la tierra le seguirán; pero el pueblo que conoce a su Dios se esforzará y actuará y en nada tendrá que ver con él. Pronto aparecerá el príncipe del mal” —me dijo—, “con milagros y prodigios. Y muchos, que ahora están atormentados, le seguirán porque no reconocieron el día de su visitación”. {Daisy Escalante: 22-07-2018, es.p5}
“No hay justo sino Uno”, me decía, “Dios. Más Él imparte justicia a todos: [a] aquel que con corazón contrito y humillado se humilla delante de Dios”. Me miró y me dijo: “exhorta en fe, valor y perseverancia. No vaciles porque el pueblo que reconoce a su Dios se esforzará y actuará; más el que vacile, perecerá. ¿Caminarán dos si no estuvieran de acuerdo?” —me dijo—, “¿volverá el perro a su vómito? Si, con todo, esto hicieren”, me dijo, “vive el gran Yo Soy que su Palabra no cambiará. Él no muda su pensar y proceder. ¡Ay del que [a] lo bueno lo llama malo y a lo malo lo llama bueno! Porque viento tempestuoso vendrá sobre él y no escapará. Mi pueblo no retrocede, avanza y pasa en medio de la tempestad a suelo seguro; más el impío, perecerá”. {Daisy Escalante: 22-07-2018, es.p6}
“Sé fiel, exhorta”, me dijo, “en fidelidad, justicia y juicio. Muchos vendrán y muchos reconocerán la voz de Aquel que les habla. Todo entendido entenderá.” {Daisy Escalante: 22-07-2018, es.p7}
Amados, ahí desperté pidiéndole al Señor de todo corazón que me siga dando la fortaleza para poder seguir hacia adelante, ¡porque las cosas que se nos vienen encima, amados hermanos! Realmente, si no estamos pegados del Señor, ¡no vamos a poder sobrepasar esa última prueba final! Quiera Dios que cada uno de los entendidos pueda entender y que, así, podamos luchar por agarrarnos de Cristo Jesús hasta el final, porque Él es el único, ¡el único!, que nos puede dar la victoria. Que el Señor me los bendiga. {Daisy Escalante: 22-07-2018, es.p8}
Testimonio: 19-07-2019 #02
Ese mismo día, 19 de julio del 2019, pero a la 1:58 de la tarde; el Señor me dejó saber qué hacer para que el Espíritu Santo esté en medio de los individuos, familias y campamentos. Me dijo Mateo 5, Mateo 6, Mateo 7, Mateo 8, Mateo 9, Mateo 10 y Mateo 11:1. {Daisy Escalante: 19-07-2019 #02, es.p1}
Amados, el cielo se abre ante las peticiones de sus hijos obedientes. Quiera Dios que cada uno de nosotros seamos así, delante de Él. Que el Señor me los bendiga. {Daisy Escalante: 19-07-2019 #02, es.p2}
Mateo 5
1 Y viendo las multitudes, subió al monte; y sentándose, sus discípulos vinieron a Él.
2 Y abriendo su boca, les enseñaba, diciendo:
3 Bienaventurados los pobres en espíritu; porque de ellos es el reino de los cielos.
4 Bienaventurados los que lloran; porque ellos serán consolados.
5 Bienaventurados los mansos; porque ellos heredarán la tierra.
6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia; porque ellos serán saciados.
7 Bienaventurados los misericordiosos; porque ellos alcanzarán misericordia.
8 Bienaventurados los de limpio corazón; porque ellos verán a Dios.
9 Bienaventurados los pacificadores; porque ellos serán llamados hijos de Dios.
10 Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia; porque de ellos es el reino de los cielos.
11 Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.
12 Regocijaos y alegraos; porque vuestro galardón es grande en el cielo; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.
13 Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y ser hollada por los hombres.
14 Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.
15 Ni se enciende un candil y se pone debajo del almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa.
16 Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo.
17 No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir.
18 Porque de cierto os digo [que] hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo sea cumplido.
19 De manera que cualquiera que quebrantare uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñare a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que [los] hiciere y enseñare, éste será llamado grande en el reino de los cielos.
20 Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
21 Oísteis que fue dicho por los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare estará expuesto a juicio.
22 Mas yo os digo que cualquiera que sin razón se enojare contra su hermano, estará en peligro del juicio; y cualquiera que dijere a su hermano: Raca, estará en peligro del concilio; y cualquiera que le dijere: Fatuo, estará expuesto al infierno de fuego.
23 Por tanto, si trajeres tu ofrenda al altar, y allí te acordares que tu hermano tiene algo contra ti;
24 deja allí tu ofrenda delante del altar, y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda.
25 Ponte de acuerdo pronto con tu adversario, mientras estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez te entregue al alguacil, y seas echado en la cárcel.
26 De cierto te digo que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante.
27 Oísteis que fue dicho por los antiguos: No cometerás adulterio.
28 Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.
29 Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea lanzado al infierno.
30 Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que uno de tus miembros se pierda, y no que todo tu cuerpo sea lanzado al infierno.
31 También fue dicho: Cualquiera que repudiare a su esposa, déle carta de divorcio.
32 Pero yo os digo que cualquiera que repudiare a su esposa, salvo por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la divorciada, comete adulterio.
33 Además, oísteis que fue dicho por los antiguos: No perjurarás; mas cumplirás al Señor tus juramentos.
34 Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios;
35 ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey.
36 Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello.
37 Mas sea vuestro hablar: Sí, sí: No, no; porque lo que es más de esto, de mal procede.
38 Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente.
39 Pero yo os digo: No resistáis el mal; antes a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra;
40 y a cualquiera que te demande ante la ley y tome tu túnica, déjale tomar también la capa;
41 y cualquiera que te obligue a ir una milla, ve con él dos.
42 Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no le rehúses.
43 Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo.
44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen;
45 para que seáis hijos de vuestro Padre que está en el cielo; porque Él hace que su sol salga sobre malos y buenos; y envía lluvia sobre justos e injustos.
46 Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también así los publicanos?
47 Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los publicanos?
48 Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en el cielo es perfecto.
Mateo 6
1 Mirad que no hagáis vuestras limosnas delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tenéis recompensa de vuestro Padre que está en el cielo.
2 Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados de los hombres; de cierto os digo: [Ya] tienen su recompensa.
3 Mas cuando tú des limosna, no sepa tu mano izquierda lo que hace tu mano derecha.
4 Que tu limosna sea en secreto, y tu Padre que ve en lo secreto, Él te recompensará en público.
5 Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres. De cierto os digo: [Ya] tienen su recompensa.
6 Mas tú, cuando ores, entra en tu alcoba, y cerrada tu puerta ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará en público.
7 Y cuando ores, no uses vanas repeticiones, como hacen los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos.
8 No seáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis.
9 Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre.
10 Venga tu reino. Hágase tu voluntad, [así] en la tierra como en el cielo.
11 El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.
12 Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.
13 Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por siempre. Amén.
14 Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre celestial también os perdonará a vosotros.
15 Mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.
16 Y cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para parecer a los hombres que ayunan. De cierto os digo que [ya] tienen su recompensa.
17 Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro;
18 para no parecer a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará en público.
19 No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan.
20 Mas haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla, ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan.
21 Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.
22 La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo fuere sincero, todo tu cuerpo estará lleno de luz.
23 Mas si tu ojo fuere maligno, todo tu cuerpo estará en oscuridad. Así que, si la luz que hay en ti es tinieblas, ¿cuánto más lo [serán] las mismas tinieblas?
24 Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno, y amará al otro; o apreciará al uno, y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.
25 Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer, o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo [más] que el vestido?
26 Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros mucho mejores que ellas?
27 ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo?
28 Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen; no trabajan ni hilan;
29 pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos.
30 Y si a la hierba del campo que hoy es, y mañana es echada en el horno, Dios la viste así, ¿no [hará] mucho más por vosotros, hombres de poca fe?
31 Por tanto, no os afanéis, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?
32 Porque los gentiles buscan todas estas cosas; mas vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas.
33 Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.
34 Así que, no os afanéis por el mañana, que el mañana traerá su afán. Bástele al día su propio mal.
Mateo 7
1 No juzguéis, para que no seáis juzgados.
2 Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os volverán a medir.
3 ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, pero no consideras la viga que está en tu propio ojo?
4 ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí [hay] una viga en tu propio ojo?
5 ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, entonces mirarás claramente para sacar la paja del ojo de tu hermano.
6 No deis lo santo a los perros; ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen.
7 Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.
8 Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.
9 ¿Y qué hombre hay de vosotros, a quien si su hijo le pide pan, le dará una piedra?
10 ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente?
11 Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en el cielo dará buenas cosas a los que le pidan?
12 Así que, todas las cosas que queráis que los hombres os hagan, así también haced vosotros a ellos; porque esto es la ley y los profetas.
13 Entrad por la puerta estrecha; porque ancha [es] la puerta, y espacioso el camino que lleva a perdición y muchos son los que entran por ella.
14 Porque estrecha [es] la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.
15 Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces.
16 Por sus frutos los conoceréis. ¿Se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos?
17 Así todo buen árbol da buenos frutos, mas el árbol malo da malos frutos.
18 El árbol bueno no puede dar frutos malos, ni el árbol malo dar frutos buenos.
19 Todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego.
20 Así que, por sus frutos los conoceréis.
21 No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
22 Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?
23 Y entonces les protestaré: Nunca os conocí; apartaos de mí, obradores de maldad.
24 Cualquiera, pues, que oye estas mis palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca.
25 Y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.
26 Y todo el que oye estas mis palabras y no las hace, será comparado al hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena;
27 y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó; y fue grande su ruina.
28 Y fue que, cuando Jesús hubo acabado estas palabras, la gente se maravillaba de su doctrina;
29 porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.
Mateo 8
1 Y cuando Él descendió del monte, grandes multitudes le seguían.
2 Y he aquí vino un leproso y le adoraba, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme.
3 Y Jesús extendiendo [su] mano le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante quedó limpio de su lepra.
4 Entonces Jesús le dijo: Mira, no lo digas a nadie; mas ve, muéstrate al sacerdote, y ofrece el presente que mandó Moisés, para testimonio a ellos.
5 Y entrando Jesús en Capernaúm, vino a Él un centurión, rogándole,
6 y diciendo: Señor, mi siervo está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado.
7 Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré.
8 Respondió el centurión y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; mas solamente di la palabra, y mi siervo sanará.
9 Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo soldados bajo mi cargo; y digo a éste: Ve, y va; y a otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace.
10 Y oyéndolo Jesús, se maravilló, y dijo a los que le seguían: De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe.
11 Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos.
12 Mas los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes.
13 Entonces Jesús dijo al centurión: Ve, y como creíste te sea hecho. Y su siervo fue sano en aquella misma hora.
14 Y vino Jesús a casa de Pedro, y vio a la suegra de éste, postrada, y con fiebre.
15 Y tocó su mano, y la fiebre la dejó; y ella se levantó, y les servía.
16 Y caída la tarde, trajeron a Él muchos endemoniados; y con [su] palabra echó fuera a los espíritus, y sanó a todos los que estaban enfermos;
17 para que se cumpliese lo que fue dicho por el profeta Isaías, que dijo: Él mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó [nuestras] dolencias.
18 Y viendo Jesús a una gran multitud alrededor de sí, mandó que pasasen al otro lado.
19 Y cierto escriba vino y le dijo: Maestro, te seguiré adondequiera que vayas.
20 Y Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene donde recostar [su] cabeza.
21 Y otro de sus discípulos le dijo: Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre.
22 Pero Jesús le dijo: Sígueme; y deja que los muertos entierren a sus muertos.
23 Y cuando Él hubo entrado en una barca, sus discípulos le siguieron.
24 Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; mas Él dormía.
25 Y vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo: Señor, sálvanos, [que] perecemos.
26 Y Él les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar, y se hizo grande bonanza.
27 Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué clase de hombre es Éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?
28 Y cuando Él llegó a la otra ribera, a la región de los gergesenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, fieros en gran manera, tanto que nadie podía pasar por aquel camino.
29 Y he aquí, clamaron diciendo: ¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?
30 Y lejos de ellos, estaba paciendo un hato de muchos puercos.
31 Y los demonios le rogaron diciendo: Si nos echas fuera, permítenos ir a aquel hato de puercos.
32 Y [Él] les dijo: Id. Y ellos saliendo, se fueron a aquel hato de puercos; y he aquí, todo el hato de puercos se precipitó en el mar por un despeñadero, y perecieron en las aguas.
33 Y los que los apacentaban huyeron; y viniendo a la ciudad, contaron todas las cosas, y lo que había acontecido con los endemoniados.
34 Y he aquí, toda la ciudad salió a encontrar a Jesús; y cuando le vieron, [le] rogaron que se fuera de sus contornos.
Mateo 9
1 Y entrando Él en una barca, pasó al otro lado, y vino a su ciudad.
2 Y he aquí, le trajeron a un paralítico echado en una cama; y viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Hijo, ten ánimo, tus pecados te son perdonados.
3 Y he aquí, ciertos de los escribas decían dentro de sí: Éste blasfema.
4 Y conociendo Jesús los pensamientos de ellos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?
5 Porque, ¿qué es más fácil, decir: [Tus] pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda?
6 Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra de perdonar pecados (dijo entonces al paralítico): Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa.
7 Entonces él se levantó y se fue a su casa.
8 Pero cuando las multitudes vieron [esto], se maravillaron y glorificaron a Dios, que había dado tal potestad a los hombres.
9 Y pasando Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco de los tributos públicos; y le dijo: Sígueme. Y él se levantó y le siguió.
10 Y aconteció que estando Él sentado a la mesa en la casa, he aquí muchos publicanos y pecadores, que habían venido, se sentaron a la mesa con Jesús y sus discípulos.
11 Y cuando vieron esto los fariseos, dijeron a sus discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores?
12 Y oyéndolo Jesús, les dijo: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos.
13 Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento.
14 Entonces vinieron a Él los discípulos de Juan, diciendo: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos muchas veces, y tus discípulos no ayunan?
15 Y Jesús les dijo: ¿Pueden, los que están de bodas tener luto entre tanto que el esposo está con ellos? Mas los días vendrán, cuando el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.
16 Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo; porque tal remiendo tira del vestido, y se hace peor la rotura.
17 Tampoco echan vino nuevo en odres viejos; de otra manera los odres se rompen, y el vino se derrama, y los odres se pierden; mas echan el vino nuevo en odres nuevos, y ambos se conservan.
18 Hablándoles Él estas cosas, he aquí vino un principal y le adoró, diciendo: Mi hija ahora estará muerta; mas ven y pon tu mano sobre ella, y vivirá.
19 Y Jesús se levantó, y le siguió, y sus discípulos.
20 Y he aquí una mujer que estaba enferma de flujo de sangre por ya doce años, se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto.
21 Porque decía dentro de sí: Si tan sólo tocare su manto, seré sana.
22 Mas Jesús, volviéndose y mirándola, dijo: Hija, ten ánimo, tu fe te ha salvado. Y la mujer fue sana desde aquella hora.
23 Y cuando Jesús llegó a casa del principal, y vio los tañedores de flautas, y la gente que hacía bullicio,
24 les dijo: Apartaos, que la muchacha no está muerta, sino duerme. Y se burlaban de Él.
25 Mas cuando hubieron echado fuera a la gente, entró, y la tomó de la mano, y la muchacha se levantó.
26 Y la fama de esto salió por toda aquella tierra.
27 Y partiendo Jesús de allí, le siguieron dos ciegos, dando voces y diciendo: ¡Hijo de David, ten misericordia de nosotros!
28 Y llegado a casa, los ciegos vinieron a Él; y Jesús les dijo: ¿Creéis que puedo hacer esto? Ellos le dijeron: Sí, Señor.
29 Entonces les tocó los ojos, diciendo: Conforme a vuestra fe os sea hecho.
30 Y los ojos de ellos fueron abiertos. Y Jesús les encargó rigurosamente, diciendo: Mirad que nadie lo sepa.
31 Pero cuando ellos salieron, divulgaron su fama por toda aquella tierra.
32 Y al salir ellos, he aquí, le trajeron a un hombre mudo, endemoniado.
33 Y echado fuera el demonio, el mudo habló; y las multitudes se maravillaban, y decían: Jamás se había visto cosa semejante en Israel.
34 Pero los fariseos decían: Por el príncipe de los demonios echa fuera los demonios.
35 Y recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y todo achaque en el pueblo.
36 Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor.
37 Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies [es] mucha, mas los obreros pocos.
38 Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies.
Mateo 10
1 Entonces llamando a sus doce discípulos, les dio potestad [contra] los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y sanasen toda enfermedad y toda dolencia.
2 Y los nombres de los doce apóstoles son estos: El primero, Simón, que es llamado Pedro, y Andrés su hermano; Jacobo [hijo] de Zebedeo, y Juan su hermano,
3 Felipe, y Bartolomé; Tomás, y Mateo el publicano; Jacobo [hijo] de Alfeo, y Lebeo, por sobrenombre Tadeo,
4 Simón el cananita, y Judas Iscariote, quien también le entregó.
5 A estos doce envió Jesús, y les mandó, diciendo: No vayáis por camino de los gentiles, y no entréis en ciudad de samaritanos,
6 sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel.
7 Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado.
8 Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia.
9 No [os] proveáis oro, ni plata, ni cobre en vuestras bolsas;
10 ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bordón; porque el obrero digno es de su alimento.
11 Y en cualquier ciudad o aldea donde entréis, inquirid quién en ella sea digno, y quedaos allí hasta que salgáis.
12 Y cuando entréis en una casa, saludadla.
13 Y si la casa fuere digna, vuestra paz vendrá sobre ella; mas si no fuere digna, vuestra paz se volverá a vosotros.
14 Y si alguno no os recibiere, ni oyere vuestras palabras, salid de aquella casa o ciudad, y sacudid el polvo de vuestros pies.
15 De cierto os digo: En el día del juicio, será más tolerable [el castigo] para la tierra de Sodoma y de Gomorra, que para aquella ciudad.
16 He aquí yo os envío como ovejas en medio de lobos; sed, pues, sabios como serpientes, y sencillos como palomas.
17 Y guardaos de los hombres, porque os entregarán a los concilios, y en sus sinagogas os azotarán.
18 Y seréis llevados ante reyes y gobernadores por causa de mí, para testimonio a ellos y a los gentiles.
19 Mas cuando os entregaren, no os preocupéis de cómo o qué habéis de hablar; porque en aquella misma hora, os será dado lo que habéis de hablar.
20 Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros.
21 Y el hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y los hijos se levantarán contra [sus] padres, y los harán morir.
22 Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre, mas el que perseverare hasta el fin, éste será salvo.
23 Y cuando os persiguieren en esta ciudad, huid a la otra; porque de cierto os digo: No acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, sin que haya venido el Hijo del Hombre.
24 El discípulo no es más que [su] maestro, ni el siervo más que su señor.
25 Bástale al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si al padre de familia llamaron Belcebú, ¿cuánto más a los de su casa?
26 Así que, no les temáis; porque nada hay encubierto, que no haya de ser manifestado; ni oculto, que no haya de saberse.
27 Lo que os digo en tinieblas, decidlo en la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde las azoteas.
28 Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a Aquél que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno.
29 ¿No se venden dos pajarillos por un cuadrante? Y ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre.
30 Pues aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados.
31 Así que, no temáis; de más estima sois vosotros que muchos pajarillos.
32 Cualquiera, pues, que me confesare delante de los hombres, también yo le confesaré delante de mi Padre que está en el cielo.
33 Y cualquiera que me negare delante de los hombres, también yo le negaré delante de mi Padre que está en el cielo.
34 No penséis que he venido para meter paz en la tierra; no he venido para meter paz, sino espada.
35 Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra.
36 Y los enemigos del hombre [serán] los de su propia casa.
37 El que ama padre o madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama hijo o hija más que a mí, no es digno de mí.
38 Y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí.
39 El que hallare su vida, la perderá; mas el que perdiere su vida por causa de mí, la hallará.
40 El que a vosotros recibe, a mí me recibe, y el que me recibe a mí, recibe al que me envió.
41 El que recibe a un profeta en nombre de profeta, recompensa de profeta recibirá; y el que recibe a un justo en nombre de justo, recompensa de justo recibirá.
42 Y cualquiera que diere a uno de estos pequeñitos un vaso de [agua] fría solamente, en nombre de discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa.
Mateo 11:1
1 Y aconteció que cuando Jesús terminó de dar comisión a sus doce discípulos, se fue de allí a enseñar y predicar en las ciudades de ellos.
Testimonio: 01-05-2020 #01
1 de mayo 2020. En sueños, vi cómo muchas personas pedían, en súplica, que les dieran un apartamento en un residencial [edificio de pocos pisos]. Pedían alimento y que les organizaran su vida. Vi que la indolencia, malas decisiones y dejadez había hecho esto: que las personas desearan vivir en este lugar. Porque todo lo esencial se lo daban ahí: techo, sustento y abrigo. Esto creó tanta dejadez, conformidad, como un adormecimiento, en el cual pasaron años —en esto—. Y se me dejó saber que una nueva etapa, culminante, comenzó en el 2003, y ahora era 2020. Y su vida dependientemente estática de levantarse, comer y dormir, los hizo tan inactivos que su mente se nubló y no pudieron ver la puerta de la oportunidad. Eran inválidos, enfermos mentales. {Daisy Escalante: 01-05-2020 #01, es.p1}
Dije: “¡Oh Señor! ¿por qué me dices esto?” Me contestó: “hay mucho pueblo que conoce de Mí en estos lugares, y viven muy adormecidos. Más he encaminado una advertencia que les estremecerá, para ver si pudieran ser librados”. Dije: “¡Santo, Santo, mi Dios! ¡Lento para la ira y grande en misericordia y verdad! ¡Gracias por tus misericordias!” {Daisy Escalante: 01-05-2020 #01, es.p2}
En ese momento, amados, ahí desperté. Rogando y clamando para que éstos no desperdicien la oportunidad que Dios les concede. Quiera Dios que así sea. Es mi ruego y oración. Que el Señor nos bendiga a todos. {Daisy Escalante: 01-05-2020 #01, es.p3}
Testimonio: 01-05-2020 #02
Amados, 1 de mayo 2020. El Señor me dejó saber que, luego de esta Segunda Pascua, pasado un tiempo, terminará el nuevo pacto que el Señor hace con su pueblo. Entrarán los últimos del pueblo, que conocen, y comienza la próxima fase de la apretura. “Preparaos”, dice, “porque, he aquí, llegarán los días en que muchos querrán saber cuál es mi voluntad y ejecutarla por conveniencia. Más, mi pueblo que obedeció, permaneció ante toda prueba leal a Mí y mis mandatos, estos, serán especial tesoro en mi reino.” {Daisy Escalante: 01-05-2020 #02, es.p1}
Palabras fieles y verdaderas del Señor para cada uno de vosotros. Que el Señor nos bendiga. {Daisy Escalante: 01-05-2020 #02, es.p2}